miércoles, 20 de junio de 2012

DESCRIPCIONES II


Fragilidad ardiente 

Una habitación en silencio. Una oscuridad callada. Un espacio muerto, frío,  inmóvil, opaco.
Allí, en la mesa, una diminuta llama ardía. Simplemente ardía. Una vela abandonada que consumía su cera, que se encaminaba inexorablemente a un destino de negror. La llama bailaba, se contoneaba. Esa pequeña llama, en su intento de iluminar el mundo, apenas se iluminaba a ella sola. Pero no por ello cejaba en su empeño. Seguía y seguía quemando, derritiendo cera blanquecina, moviéndose al son del aire circundante e iluminando la diminuta zona donde se encontraba. Ella sabía que debía seguir ardiendo y en su inocencia temporal persistía en su empeño y ardía y ardía y ardía con toda su fuerza… 

Su existencia insignificante creaba una débil luz que proyectaba esperpénticas sombras sobre la mesa, algunas de las cuales incluso se podían distinguir parpadeantes sobre las paredes. Decidida en su ardiente tarea, luchaba contra las corrientes de aire, que hacían de la llama una marioneta y la movían a su antojo. La habitación, estéril y vacía, la vigilaba. 

Esa pequeñez cálida, incapaz de iluminar más allá de la mesa donde reposaba, comenzó a palidecer. La cera, que había mantenido a la llama ardiendo, ahora estaba derretida. Derretida por la propia llama. Pequeños estertores y parpadeos la sacudieron; las sombras comenzaron a reducirse y a acercarse a ella; la tímida luz, desapareció por completo. Y de repente, sin avisar, se apagó. 

Y sólo quedó una cinta ondeante de humo invisible que desaparecía en la habitación.

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