viernes, 16 de marzo de 2012

DESCRIPCIONES I

Hojas muertas

El viento arrastraba una soledad infinita. Los árboles, acariciados por esta solitud, acompañaban con movimientos elegantes a ese viento que los envolvía. Agitadas hojas poblaban los follajes marrones, verdes y pardos creando un difuminado mundo de vida y muerte.

Una hoja, de una rama, de una copa, de un árbol de la colina más alejada del valle. Una hoja fibrosa y marchita, una hoja sin ya nada que aportar al este mundo que la creó. Esta hoja, nacida hace dos estaciones, asistía impávida a las inquebrantables leyes natural que sumían al otoño en un funeral caducifolio. Por fin, llegó su hora. La fraternal sabia que la había alimentado a ella y a todas sus hermanas, dejó de recorrerla. Con un súbito estremecimiento, la hoja se desprendió de la vida, de la rama del árbol que incansablemente vivía desde hace siglos, anclado en la tierra y formando con ella un mismo ser. 

Esta hoja, decíamos, atraída por la inmutable gravedad, descendía en un baile silencioso, en un juego entre ella y el viento que la movía a su antojo. Sola, pero acompañada por miles, se encaminaba a su funesto destino serpenteando entre ramas, dejando atrás amaneceres, rocíos, pájaros y trinos. 

La tierra, que una vez dio vida al árbol, se convertía ahora en una alfombra de muerte. Mantos de hojarasca se movían con el viento como en un intento de reanimar a las hojas caídas, de querer verlas una vez más acariciadas por la brisa que tantas veces las había envuelto. Pero caían de nuevo, para nunca más revivir.

El ciclo natural de la muerte, había comenzado.

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