Ático
La delgada cortina intentaba seguir la brisa que se colaba por la
ventana. Parecía una bailarina acariciando el aire mientras un silencio musical
la inspiraba. Él, desde la cama, la observaba.
Hacía un rato que el silbido del aire entrando en su habitación le
había despertado y desde entonces no podía dejar de mirar a la cortina en su
baile nocturno. Se incorporó y mientras se sentaba en la cama, sacó un
cigarrillo del paquete que tenia encima de la mesilla de noche y lo encendió.
Se levantó y paseó por su pequeña habitación. Pequeñez acrecentada porque vivía
en un diminuto ático en la afueras de la ciudad. En él disfrutaba de una
soledad relativa, perturbada únicamente por alguno de sus estúpidos vecinos, y
de un necesario alejamiento urbano, necesario al menos para él.
El hombre que le alquiló el ático arguyó que las vistas compensaban
todo lo demás, aún a sabiendas de que todo lo demás era más bien poco. El
comedorhabitaciónsaladeestarcocina estaba flanqueado por un ventanal orientado
al este, donde matutinos rayos solares penetraban sin compasión a través de la
cortina. Justo en la entrada del ático, al lado de la puerta principal discurría
el territorio del baño, donde parecía
haber sido incluido por error. Con una decoración minimalista en su totalidad,
el resto del espacio estaba ocupado por objetos puramente necesarios. Cama,
sofá, mesa, silla y estantería estaban en deuda con el constructor de la
vivienda por haber incluido éste, un armario empotrado que aliviaba mínimamente,
la sensación de pequeñez del piso.
En vista de la imposibilidad para mejorar las mermadas capacidades
distributivas del ático, su inquilino se consolaba con las vistas que éste ofrecía.
Desde el ventanal se podía ver toda la amalgama que formaba la ciudad y sus
alrededores. Rascacielos coronados por antenas repetidoras dominaban al resto
de edificios esparcidos desigualmente por la ciudad, mientras que descomunales
autopistas provenientes de todas direcciones penetraban en el corazón de ésta
como auténticas arterias portadoras de vida. La densidad constructiva era
inversamente proporcional a la distancia respecto al centro de la ciudad, por
lo que alfombras de barriadas iban paulatinamente alejándose de centro urbano
hasta formar un amplio circulo protector alrededor de ésta. Vivía en una
barriada alejada de la ciudad, lo suficientemente alejada como para hacerle
sentir que no formaba parte de la gran urbe, aunque, muy a pesar suyo,
trabajara en ella.
Era de madrugada y fuera, en la calle, no paraba de llover. Se notaba el
olor a humedad en el ambiente, esa presencia de microscópicas gotas de agua
vaporizada en el aire. Se acercó al ventanal y lo abrió, observando la calle
ahogada por la lluvia, las aceras transportando el agua hacia las sedientas
alcantarillas. Un amplio torrente de humo se mezcló con el húmedo aire presente
en la habitación. Una última calada y tiró la colilla por la ventana salpicada
por las incesantes gotas de lluvia. Se asomó
por última vez y pudo llegar a ver un autobús a lo lejos que giraba en
la esquina de su calle y se detenía en la parada situada a escasos metros de su
portal. Un insignificante ser se bajó del autobús y corriendo, entró en el
portal del edificio donde el inquilino del ático observaba.
El sonido
del telefonillo le sobresaltó. Extrañado, fue a contestar y una voz familiar
apareció al otro lado. Que hacía Rubén aquí?
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