viernes, 16 de marzo de 2012

RELATOS DE RUBÉN II


Ático
La delgada cortina intentaba seguir la brisa que se colaba por la ventana. Parecía una bailarina acariciando el aire mientras un silencio musical la inspiraba. Él, desde la cama, la observaba.
Hacía un rato que el silbido del aire entrando en su habitación le había despertado y desde entonces no podía dejar de mirar a la cortina en su baile nocturno. Se incorporó y mientras se sentaba en la cama, sacó un cigarrillo del paquete que tenia encima de la mesilla de noche y lo encendió. Se levantó y paseó por su pequeña habitación. Pequeñez acrecentada porque vivía en un diminuto ático en la afueras de la ciudad. En él disfrutaba de una soledad relativa, perturbada únicamente por alguno de sus estúpidos vecinos, y de un necesario alejamiento urbano, necesario al menos para él.
El hombre que le alquiló el ático arguyó que las vistas compensaban todo lo demás, aún a sabiendas de que todo lo demás era más bien poco. El comedorhabitaciónsaladeestarcocina estaba flanqueado por un ventanal orientado al este, donde matutinos rayos solares penetraban sin compasión a través de la cortina. Justo en la entrada del ático, al lado de la puerta principal discurría el territorio del baño, donde  parecía haber sido incluido por error. Con una decoración minimalista en su totalidad, el resto del espacio estaba ocupado por objetos puramente necesarios. Cama, sofá, mesa, silla y estantería estaban en deuda con el constructor de la vivienda por haber incluido éste, un armario empotrado que aliviaba mínimamente, la sensación de pequeñez del piso.
En vista de la imposibilidad para mejorar las mermadas capacidades distributivas del ático, su inquilino se consolaba con las vistas que éste ofrecía. Desde el ventanal se podía ver toda la amalgama que formaba la ciudad y sus alrededores. Rascacielos coronados por antenas repetidoras dominaban al resto de edificios esparcidos desigualmente por la ciudad, mientras que descomunales autopistas provenientes de todas direcciones penetraban en el corazón de ésta como auténticas arterias portadoras de vida. La densidad constructiva era inversamente proporcional a la distancia respecto al centro de la ciudad, por lo que alfombras de barriadas iban paulatinamente alejándose de centro urbano hasta formar un amplio circulo protector alrededor de ésta. Vivía en una barriada alejada de la ciudad, lo suficientemente alejada como para hacerle sentir que no formaba parte de la gran urbe, aunque, muy a pesar suyo, trabajara en ella.
Era de madrugada y fuera, en la calle, no paraba de llover. Se notaba el olor a humedad en el ambiente, esa presencia de microscópicas gotas de agua vaporizada en el aire. Se acercó al ventanal y lo abrió, observando la calle ahogada por la lluvia, las aceras transportando el agua hacia las sedientas alcantarillas. Un amplio torrente de humo se mezcló con el húmedo aire presente en la habitación. Una última calada y tiró la colilla por la ventana salpicada por las incesantes gotas de lluvia. Se asomó  por última vez y pudo llegar a ver un autobús a lo lejos que giraba en la esquina de su calle y se detenía en la parada situada a escasos metros de su portal. Un insignificante ser se bajó del autobús y corriendo, entró en el portal del edificio donde el inquilino del ático observaba.
El sonido del telefonillo le sobresaltó. Extrañado, fue a contestar y una voz familiar apareció al otro lado. Que hacía Rubén aquí?

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