viernes, 16 de marzo de 2012

RELATOS DE RUBEN I

Luces apagadas
Una densa lluvia envolvía la ciudad. La húmeda noche calaba a los transeúntes, que como fantasmas, se movían por las calles difuminadas por el aguacero.  Estrepitosos truenos se oían intermitentemente, mas los relámpagos delatores no se alcanzaban a divisar a causa de los altos edificios.
Dos faros podían intuirse, a lo lejos. La luz luchaba por avanzar entre la espesa lluvia, entre las miles de gotas que caían al paso del autobús nocturno en su ruta por la ciudad. Dentro, silencio. Silencio estropeado por el repiqueteo continuo de la lluvia sobre el techo metálico. Al fondo, en el último asiento, se encontraba Rubén. Él y el conductor eran los únicos pasajeros del autobús que rodeaba la ciudad pasando por los distintos barrios que se encontraban a las afueras. Solía hacer este tipo de excursiones nocturnas, decía que era una manera de conocer la ciudad y conocerse así mismo. Además, en el autobús se sentía diferente, no era nadie, no importaba a nadie y lo más importante, nadie le molestaba. Como mucho algún pasajero, dos en el peor de los casos, y por regla general, beodos todos e incapaces de mantener una mínima conversación. Dentro del autobús se limitaba a observar, a ver la gente caminar, discutir, darse un beso, ser felices…
Encendió un cigarrillo. El crepitar del tabaco al quemarse le produjo cierto bienestar y expulsó una amplia bocanada de grisáceo humo mientras abría la ventanilla superior del autobús. Dio otra calada al cigarro y dirigió su mirada a la calle.
Más que la ciudad, lo que le interesaba a Rubén era conocerse a si mismo. Observar por la ventana le ayudaba a dejar la mente en blanco y divagar. Hoy no se sentía especialmente cómodo ya que la pesada lluvia borraba cualquier rastro de silencio. De todas maneras, era mejor que quedarse en casa, pensaba.
En cada viaje nocturno solía dedicarse a pensar en un tema en concreto, a formarse una sólida opinión sobre algo que le interesaba. Porque en ocasiones, hablando con gente del trabajo, se sentía falto en conversación y esto delataba, además de timidez, un reducido mundo interior. Sabía que debía compensar esa falta de madurez mental, por eso le agradaba dejarse conducir por la ciudad en autobús. Se obligaba a pensar. Más bien, pensaba en que debía pensar, y eso le irritaba. Pensar en pensar, menuda tontería.
Últimamente le preocupaba  mucho la felicidad. ¿Que significaba ser feliz? Realmente no tenía ni idea. Pero, aun sin conocer su significado, sabía que no era feliz. Los que son felices lo saben, pensaba. De todos modos, esto no significaba que nunca pudiera ser feliz. Estaba en ello digamos. Solo que aun no sabia cómo conseguirlo. Se sentía con una grande pesadez interna. Como algo que existe pero que no tiene ninguna utilidad. Como una caja vacía, como una pluma sin tinta, como una luz apagada.
A fuera, la lluvia seguía ahogando las calles. Las nubes, relampagueando el cielo.
Parpadeantes neones iluminaban la entrada de un local de copas, lleno de gente bebiendo y riendo. Rubén les observó, fugazmente, a través de la cortina de agua de la ventana del autobús. Se preguntó si sabrían si son felices. Si por un instante han tenido la certidumbre de serlo. Quizás olvidan que son infelices, pensó. De todos modos sino lo sabían, al menos así lo parecían.
Los faros se alejaban, calle abajo, y desaparecían entre la espesa lluvia. Su luz, amarillenta, se tornaba grisácea a medida que la distancia aumentaba.  En una esquina, el autobús torció y desapareció.  

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